jueves, 27 de noviembre de 2014

Aura, Carlos Fuentes





Cuaderno de lecturas



  Aura es una novela corta de Carlos Fuentes. Corta, pero de desazón intensa; narcótica como el beleño que crece en el jardín oscuro de la vieja mansión; hipnótica como dicen que es la mirada de la serpiente.
  
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Antonio Dueñas 
Cincuenta novelas del siglo                       XX para (re)interpretar el                         mundo
Ed. Biblioteca Nueva
(próxima aparición)

martes, 18 de noviembre de 2014

Comer animales, Jonathan Safran Foer



Cuaderno de lecturas



  Comer animales es un título un tanto provocativo, cierto, pero lo sería más (y tal vez más preciso) si se hubiera titulado Comer cadáveres. El autor, también novelista, propone al lector interesado un libro de investigación sobre las industrias cárnicas en Estados Unidos, en un estilo y unas formas, diríamos, muy características del quehacer editorial norteamericano: ágil, con tintes de “nuevo periodismo”, muy documentado y de probada eficacia en este tipo de  argumentación.
   El ser humano devino carnívoro en algún momento de su evolución y ha continuado comiendo carne durante siglos, todavía al amparo de una cierta tradición de granja y caza que le mantenía unido a sus inicios evolutivos. En la actualidad, sin embargo, la carne como alimento para los humanos es exclusivamente producto de un proceso de explotación industrial que nada tiene que ver con esos orígenes; es decir, la figura romántica del humano que, independiente, libre y en lucha con la Naturaleza, caza para sobrevivir, es sólo ya una ficción romántica.
  El autor de Comer animales se ciñe a la realidad norteamericana, pero, con algunas matizaciones, seguramente su relato es extrapolable por lo menos a todo el “primer mundo”. Para su documentación sobre industrias y mataderos  Jonathan Safran Foer visitó innumerables establecimientos: a veces de manera abierta; otras, a escondidas, clandestinamente. Su testimonio es el elenco de la crueldad y de la explotación más abyecta (cerdas y vacas, confinadas en pequeñas jaulas y convertidas hasta la muerte en permanentes máquinas de parir, corredores del “sacrificio” con animales aullando de pavor, matarifes inexpertos y sádicos…, etc.), algo que el consumidor de carne ignora o que prefiere ignorar. Con todo, si, en la medida de lo posible, conseguimos abstraernos de este horror, comprobaremos que este ensañamiento tiene menores efectos sobre los consumidores que todas las prácticas documentadas en estas granjas-matadero.
  La carne que consumimos está inaceptablemente contaminada: en parte por la alimentación misma de los animales, trufada de hormonas de engorde y de antibióticos, por ejemplo; y en parte también porque es práctica habitual, por impericia, premura productiva o comodidad, mezclar el cadáver con sus propios desechos orgánicos: el resultado es una tasa altísima de humanos infectados de patologías diversas, como la conocida salmonella. El autor documenta innumerables casos de intoxicaciones de este tipo.
  La contaminación ambiental llega también a grados inaceptables. Los residuos de las granjas de cerdos o de pollos infectan inevitablemente manantiales y acuíferos y producen bacterias que pueden ser mortales para los humanos; y las emisiones de gases contaminantes de los vacunos es equivalente a la producida por todos los automóviles del planeta.
  Desde el punto de vista económico, el autor explica con cifras provenientes de entes estatales cómo (En Estados Unidos, supongo que algo parecido debe de ocurrir en la Unión Europea, y para qué hablar de China) las industrias del sector reciben cuantiosas subvenciones, pues el precio de la carne, si se tomase en cuenta su coste real sería prohibitivo para la inmensa mayoría de los ciudadanos de cualquier país. Si consideramos además la gran cantidad de agua que consume un animal durante su periodo de engorde, resulta que, al final de todo el proceso, para obtener un kilo de carne se han empleado más de quince mil litros de agua, un derroche que no podemos permitirnos.
  Por último, last but not least, en algún momento deberemos afrontar el problema ético que se nos plantea ante estas prácticas. En la cultura occidental se nos dijo siempre que el “hombre” es el “rey de la creación” y que todo está a su servicio. No es así en otras culturas y no debería ser así tampoco en la nuestra. Algún poso ético debe permanecer en los más profundos pliegues del ser humano para que la “profesión” de matarife o de carnicero suscite en muchas sociedades un rechazo vergonzante.   En España la (anti)cultura no se distingue precisamente por su empatía con los animales, aunque es cierta la corriente creciente de cambio en este sentido. Al menos deberíamos proponernos un pequeño ejercicio de reflexión al respecto.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Cartas a un joven poeta, Rainer Maria Rilke





Cuaderno de lecturas


  En los primeros años del siglo XX un cadete de la Escuela Militar secundaria de Sankt Pölten (Austria), llamado  Kappus, descubre que el ya consagrado poeta Rainer Maria Rilke había sido alumno de esa misma Escuela. 

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Antonio Dueñas  Cincuenta novelas del siglo                             XX para (re)interpretar el                                mundo
                         Ed. Biblioteca Nueva
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